Planeta de
maderas y fogatas.
Mundo de
despojos y de febriles labores.
Cientos de
carros faenando sus pertenencias
al costado
de las hogueras, donde se secan las pieles
de los
cuerpos deshollados.
Pieles
apergaminadas que el fuego hace crujir.
Hábiles
los mocosos, expertos de ojos enormes
despojan a
los despojos
de lo poco
que tienen.
Tenue
protección contra el filo del mundo.
Filo de
cuchillitos que separan la grasa del pellejo
con
habilidad exquisita
y arrojan
el bollo delicado a la vera
de las
hogueras
donde
otros, de miradas igualmente ávidas
de fuego y
perfección
tensan el
desholle en bastidores
puestos a
secar y lamen con trapitos
los restos
de
grasa carne tendones
sangre
hasta
lograr la superficie pulida
sin mácula
la
superficie cabal.
Y entonces
chiflan.
Los dedos
en la boca
el aire
saliendo sibilante y fuerte
entre los
diques de los labios.
Chiflan y
aparecen los viejos
que, con
golpecitos y caricias
sobre sus
pequeñas cabecitas
alaban,
celebran las obras de los menores
y,
eligiendo los mejores retazos
los toman
cariñosamente y se meten
con ellos
en la
espesura.
Entonces
el escribiente prueba la pluma entinatda
en su
propia piel
en un
brazo tan marcado
por las
arrugas de una edad provecta
como por
las rías de tinta
que
recorren esos valles carnosos.
Detiene la
pluma entintada de negro
en el aire
húmedo de la maleza.
Tinta
negra sobre pluma blanca.
Y, sin
pensar
vacío de
pensamiento propio
de
necesidad
de
propósito
escribe en el pergamino de hombre
cuidando la forma
de una caligrafía trabajada y hermosa
escribe lo que le dicta una voz
escribe la voz de una guerra.
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